Procesando...
Logo
23 feb 2013

Límite: Aventura
Llegar al Refugio La Renclusa y volver. Parte 2.

Publicado por Rubén Sousa
Sin comentarios

Galería

Durante los días 2 y 3 de febrero realizamos el Curso de Alpinismo Nivel I en el Refugio La Renclusa de los Pirineos. Sin embargo el mal tiempo lo convirtió en toda una aventura.

La subida

El sábado por la mañana, después de un abundante desayuno, y de llenar la nueva mochila con lo mínimo imprescindible, partimos hacia Llanos del Hospital. El tiempo estaba nublado y amenazaba con nevar pero la carretera estaba bastante bien, pues los quitanieves habían hecho su trabajo y no nos costó llegar.

En el Hotel Hospital de Benasque aparcamos y nos terminamos de equipar. Botas y raquetas, pantalones con polainas y pantalón impermeable, las tres capas en la parte superior, gorro de forro polar con la capucha echada, gafas de ventisca, guantes impermeables, bastones y la mochila cubierta con su funda. Íbamos completamente equipados.

Salimos del Hotel por la pista forestal que lleva al refugio. Estaba completamente nevada, pero una maquina pasaba regularmente dejándola llana y dura.

El refugio se encuentra a cinco kilómetros de Llanos del Hospital. Cuatro de ellos se realiza por pista y el último subiendo una empinada ladera.

Los primeros kilómetros por la pista fueron fantásticos. Disfruté aprendiendo a llevar las raquetas, es divertido andar por la nieve. Hacía frío, de unos 0 a -5 grados centígrados, pero el equipo y la actividad no nos permitían pasar frío, más bien teníamos calor.

Nos cruzamos con gente que bajaba del refugio, la mayoría con skies, algunos con raquetas. Uno de ellos nos advirtió que en la parte más alta del camino se había desprendido una pequeña placa de nieve, por lo que no era muy seguro ir por allí. Nos recomendó ir por la ladera oeste. Por lo visto había mucha nieve acumulada de días anteriores.

Así llegamos hasta La Besurta, que es una pequeña cabaña al final de la pista forestal, donde en verano es posible dejar el coche. Allí la máquina no llegaba por lo que la acumulación de nieve era mucha. La cabaña estaba prácticamente oculta por la nieve. Al llegar, el cielo se había oscurecido más si cabe y la nieve ya caía copiosamente.

Como el tiempo estaba empeorando, el guía decidió que era más seguro subir encordados y de paso aprendíamos como hacerlo, que para eso estábamos de curso.

Hasta aquí había llegado ligeramente cansado, no es fácil avanzar por la nieve con raquetas y botas rígidas, pero contento de la aventura que estaba viviendo y por el paisaje que tenía a mí alrededor. Hacía frío, nevaba abundantemente, la montaña por delante, ¿qué más se podía pedir?

Así que comenzamos a subir el último kilómetro y nos adentramos en el infierno helado.

El primer o segundo centenar de metros fueron los fáciles. La huella que abríamos medía unos cincuenta o sesenta centímetros de profundidad y la pendiente se iba haciendo cada vez más pronunciada hasta llegar a los cuarenta grados. El tiempo era cada vez peor y había poca luz. Teníamos que darnos prisa en llegar al refugio pues no sabíamos hasta qué punto el tiempo nos lo iba a poner difícil.

Comenzamos a subir cada vez más rápido, pero yo no estaba preparado para semejante subida. Las pulsaciones subieron rápidamente y empecé a jadear notablemente. No podía seguir el ritmo, el corazón se me iba a salir del pecho. Tuve que parar un par de veces para recuperar el aliento, lo que ponía en peligro a mis compañeros pues cada vez hacía más frío y enfriarse es lo peor que te puede pasar en estas condiciones.

Saqué fuerzas de donde no tenía y subí como pude. Sin embargo los espíritus de la montaña no me lo iban poner fácil. Si quería ser montañero tendría que demostrar que me lo merecía. Comenzó a soplar un fuerte viento con ráfagas que rondaban los cien kilómetros por hora. La huella que tenía delante de mí se desdibujaba y me costaba ver a mis compañeros por delante.

En un momento el viento comenzó a soplar tan fuerte que comencé a perder el equilibrio. La nieve como pequeñas piedras de granizo golpeaba la capucha y las gafas. Decidido a no arrastrar a nadie, clavé las raquetas en la nieve y hundí ambos palos hasta la empuñadura. El viento empujó con fiereza y nos detuvo en medio de la empinada ladera nevada durante unos interminables segundos.

Finalmente el viento amainó lo suficientemente como para poder seguir avanzando. Al parecer la primera prueba la había pasado, la segunda sería infinitamente peor.

Prácticamente a mitad camino, la pendiente era extremadamente pronunciada. Debíamos estar por la ladera oeste como nos habían recomendado e íbamos serpenteando subiendo poco a poco. Yo me encontraba al borde de la extenuación. Avanzar consistía en clavar las raquetas en la nieve creando un escalón y subir mientras clavaba el siguiente píe. Mis piernas no aguantarían mucho más.

En un momento dado, clavé una raqueta y al colocar mi peso sobre ella se hundió mucho más de lo normal. Al intentar hacer lo mismo con el otro pie pasó lo mismo y de repente me encontré con que había fabricado una pared de nieve delante de mí. Mis compañeros estaban unos metros más arriba. Me quedé mirando la pared, volví a clavar una raqueta en ella lo más fuerte que pude pero cuando hice el ademán de subir, mis cuádriceps dijeron que ya no podían más.

Estaba bloqueado. No podía subir. Literalmente los músculos de mis piernas no tenían fuerza para levantarme una vez más. El desconocimiento de las raquetas, la velocidad de subida, aguantar las ráfagas de viento, me habían agotado y no podía más. Grité a mis compañeros: “¡Un momento! ¡No puedo subir!”

La rabia empezó a afincarse en mi interior. ¿Cómo era posible, con todo el entrenamiento que realizaba, que no pudiera realizar una ascensión de unos pocos kilómetros? Algo había fallado.

Los segundos pasaban y mis compañeros esperaban. Desde lo alto podía escuchar al guía: “¡Vamos, vamos, no podemos pararnos! ¡Tenemos que seguir subiendo! ¡El tiempo empeora!”. Podía escuchar a los espíritus de la montaña reírse de mí. ¿Qué quedaba? ¿Volver hacia abajo con la que estaba cayendo? El viento volvió a soplar con fuerza y solo me quedaba aguantar la embestida, mientras recuperaba el aliento y decidía como salir de tan delicada situación.

Obviamente no quería renunciar. Pero no tenía fuerza en las piernas. Fue entonces cuando lo pensé: en las piernas no, pero quizás sí en los brazos. Esperé a que el viento se hiciera más suave. Clavé los bastones en la nieve tan alto y tan profundo como pude, y me arrastré trepando por la pared de nieve. Volví a la huella y nos pusimos en marcha de nuevo.

Sentía como todos los músculos del cuerpo se quejaban y dolían. Poco a poco, paso a paso, distribuyendo la fuerza entre brazos y piernas, íbamos subiendo los escasos centenares de metros que nos quedaban. Finalmente una loma de nieve más y vimos el perfil del refugio, prácticamente enterrado en la nieve. Lo habíamos conseguido. ¡Lo había conseguido!

Comentarios

No hay comentarios a visualizar. Se el primero en comentar.

Deja tu comentario

El correo electrónico facilitado no será publicado ni transmitido a terceros.
23:43:00
Orgullosos de usar
  1. The North Face
  2. GoPro. Be a Hero
  3. H2O Escuela de Aventura